viernes, 6 de julio de 2012

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En busca de una Nación

El mito deL origen: 25 de Mayo de 1810


Preocupados por la heterogénea composición de la población, hacia fines del siglo XIX varios intelectuales postularon que la Nación argentina había nacido en mayo de 1810. Para Vicente Fidel López, por ejemplo, la Revolución de Mayo había cumplido una "misión": haber dado a los argentinos su independencia política. Así, el 9 de julio de 1816 era representado como el desenlace necesario de los sucesos de mayo de 1810. Ayudada por la imagen canónica de una plaza colmada de personas vistiendo escarapelas blanquicelestes, la interpretación de los sucesos de 1810 como el "despertar" de una nación encarnó en el imaginario de varias generaciones de argentinos.
El 22 de mayo de 1810 el Cabildo de Buenos Aires deponía al virrey Cisneros y ordenaba la formación de una junta que asumiría el gobierno del virreinato del Río de la Plata. La disolución de la Junta Central de Cádiz en enero de 1810 y su reemplazo por un Consejo de Regencia de muy precaria legitimidad, llevó a los miembros del Cabildo porteño a convencerse de la necesidad de formar su propia junta, tal como sucedió en otras ciudades sudamericanas. El 25 de mayo, los participantes del Cabildo Abierto decidieron desplazar definitivamente a Cisneros, quien había presidido la junta formada tres días antes. La Primera Junta, el nuevo cuerpo de gobierno, mantenía sin embargo el juramento de lealtad a Fernando VII, el rey prisionero de las tropas españolas.
Pero la formación de juntas despertó la oposición de peninsulares y criollos que veían esas iniciativas como un signo inequívoco de traición al rey. La división entre quienes aceptaban la autoridad del Consejo de Regencia y aquellos otros que la rechazaban pronto dio lugar a los enfrentamientos militares. Una guerra civil se había desatado en la América española.
En julio de 1810, las tropas porteñas debieron enfrentar la resistencia realista levantada en Córdoba, finalmente pasada por armas. Al mismo tiempo, Asunción y la Banda Oriental reclamaban el derecho a constituir sus propias juntas, negándose a aceptar la autoridad de Buenos Aires. A los habitantes del suelo rioplatense les resultaba completamente ajena cualquier idea de nacionalidad argentina.
Los años siguientes estuvieron dominados por la lógica de la guerra. Los resultados no siempre favorables que enfrentaron las tropas del gobierno revolucionario produjeron el desplazamiento de los sectores moderados encabezados por Saavedra.
Bajo el influjo de la creciente importancia que adquiría la guerra, los militares que dirigían los ejércitos revolucionarios se convirtieron en actores políticos decisivos, lo que se hizo evidente a partir de 1812, cuando por iniciativa de San Martín y Alvear el ejército disolvió el Primer Triunvirato y lo sustituyó por el Segundo.
El nuevo gobierno convocó a una Asamblea Constituyente que comenzó a sesionar en enero de 1813. Los sectores que impulsaban la independencia -todavía muy minoritarios- ganaban con esto un importante espacio político. La Asamblea tomó medidas que marcaban la decisión de constituir un nuevo orden (libertad de prensa, libertad de vientres, supresión del tributo y del servicio personal, eliminación de signos de nobleza, entre otras). Las decisiones de acuñar moneda y aprobar un himno patrio de fuerte hostilidad hacia España, eran claras señales de lo mismo.
Pese a todo, la Asamblea de 1813 no cumplió con sus dos objetivos principales: no declaró la independencia y tampoco sancionó una constitución. La posibilidad -muy concreta, como lo demostrarían los hechos de 1814- de que Fernando VII fuera restituido en su trono, constituyó un poderoso límite que los constituyentes de 1813 no se atrevieron a cruzar.
La declaración de la independencia llegó recién en 1816 y, curiosamente, en un contexto de mayor conservadurismo político. En el Congreso reunido en Tucumán se oyeron propuestas que, respaldadas por figuras como Belgrano y San Martín, sugerían la adopción de la monarquía constitucional como forma de gobierno para las Provincias Unidas, aunque no se contó para esto con la aprobación de los diputados. De cualquier manera, la simple proposición de tal fórmula da buena cuenta de la preocupación de los dirigentes revolucionarios por adecuarse al clima político fuertemente conservador que se abrió a partir de la derrota de la Francia napoleónica y la formación de la Santa Alianza. Además, desde la restauración absolutista en 1814, la Corona española había decidido no responder más que con la guerra a los gobiernos erigidos en sus dominios americanos y logró derrotar a algunos, como sucedió con la segunda república en Venezuela.
Con las cartas echadas de tal modo, los diputados reunidos en Tucumán en 1816 percibieron que la declaración de independencia no modificaría significativamente el estado de las cosas. Sin embargo, Buenos Aires fue el único foco rebelde que no logró ser reconquistado por las fuerzas realistas. En 1820 el estallido de una nueva revolución liberal en España impidió que el gobierno porteño tuviera que enfrentar la expedición militar que la Corona había lanzado contra él. La independencia política parecía así consolidada. Pero no había surgido una nación.